Me llamo Rufino.
Creía ser un perro común. Mis padres “Don ovejero alemán " y mi madre “Doña gran danesa” me criaron con mucho amor.
En la infancia solían cargarme. Nadie explicaba que de unos bellos perros nazca yo. Especie de rata con dientes de conejo, gorro de godinez, lentes de abuela, orejas de… orejas de algo feo¡!! y cuerpo de perro pila. Perro pila! que horror! Me excluían de los bares. En la calle me gritaban groserías. Y nunca conseguí una perrita de compañía. Ni para hablar (se seca una lagrimilla con el moño)
Nunca me voy a olvidar una vez. Una caniche de raza, salía de la peluquería, toda arregladita mientras por la av. Colón al 156 pasaba una camioneta modelo 87 a toda velocidad por un charco. Pobre blancura quedó hecha barro. Se sacudió delicada y ferozmente, mientras por mi cabeza se cruzaba la idea de ayudarla. O reírme. Por que no? Reírme desesperadamente, ladrar hasta que mis cuerdecillas se corten. Quería ver en su rostro, quería que sienta lo mismo que yo había sentido toda mi vida.
Pero todo concluyó. Me reprimí y terminé ladrándole a una rata escondida en el cordón de la vereda que me miraba de reojo.

Así es la vida de un perro discriminado. Feo no?


Si el relato de Rufino te conmovió. Nunca dejes un perro pila en celo cerca de un conejo.
Y mucho menos con tu abuela!!!